(Fuente, REViSTA SEMANA)
Así lo pide una ejemplar condena a la Nación por el trato degradante del
que fue víctima un sargento del Ejército que debió ser retirado del
servicio por problemas mentales.
Para el Consejo de Estado estos atropellos constituyen un exceso inadmisible que debe ser erradicado de los cuarteles.
Foto: Tomada de Internet
Los insultos, malos tratos, imposición de sobrenombres y otros abusos
que cometen algunos mandos medios del Ejército en contra de sus
subalternos no son una noticia nueva.
Son numerosos los registros
noticiosos acerca de los atropellos de los que son víctimas muchos
soldados, en lo que para el Consejo de Estado constituye un exceso
inadmisible que debe ser erradicado de los cuarteles.
Desde su
ingreso al a la Escuela de Suboficiales Inocencio Chincá de Melgar
(Tolima), en 1987, el protagonista de esta historia pensó encontrar en
la institución militar un proyecto de vida honroso del cual pudiera
hablarles a sus descendientes.
Años más tarde, el destino se
encargaría de demostrarle cuán equivocado estaba. Los avatares de la
guerra y el rigor de las costumbres castrenses dejarían en él una huella
imborrable e indeseada.
Sin embargo, los ascensos en su carrera
le hicieron aferrarse cada día más a su vocación. Ni la muerte de su
hermano en combates con la FARC, en 1991, logró convencerlo de otra
cosa. Al contrario, su convicción de tener en sus manos y en su fusil la
capacidad de evitar otras muertes violentas lo hacían ver en ese tipo
de vida el más digno de los retos.
Sin embargo, esa noticia era
apenas el primer capítulo de una dolorosa historia. El 28 de enero de
1996, guerrilleros del ELN asesinaron a todos los miembros de su
familia, incluido su otro hermano, integrante de un batallón contra
guerrilla de Barrancabermeja (Santander).
Empezó la debacle para el uniformado; su alegría se fue apagando para dar paso a la demencia.
Su
vida empezó a tornarse tortuosa, no solo por el dolor inenarrable por
la pérdida de sus seres queridos. También por los daños en su siquis y
las burlas y agresiones constantes de sus superiores.
Sin tener
la más mínima consideración ni misericordia que sentiría cualquiera que
sea testigo de una historia tan trágica, el uniformado se vio sometido
constantemente a humillaciones y tratos degradantes por parte de tres de
sus superiores.
Para el Consejo de Estado, es claro que después de estos episodios la salud síquica del sargento se fue deteriorando.
Los
tratos intimidantes y las actividades a las que era sometido, haciendo
oídos sordos de las recomendaciones médicas, son solo algunas de las
razones que, para la Sección Tercera, explican por qué tuvo que ser
retirado prematuramente del servicio.
Los daños que sufrió este
militar fueron tan severos que llegó a perder más del 65 % de su
capacidad laboral, lo que lo hizo merecedor a la pensión de invalidez.
Para
la Corporación, no se trata de una simple desatención sino de una
inadmisible muestra de cómo algunos mandos medios de las Fuerzas
Militares están utilizando la dignidad de sus cargos para atropellar a
los demás.
“Es inconcebible que quienes ostentan allí un mayor
rango que otros se valgan atrevidamente de ello para tratar a sus
subalternos y compañeros de manera degradante e inhumana, aún a riesgo,
incluso, de dañarles por completo la vida, como sucedió en este caso”,
dijo el Consejo de Estado.
Tanta indignación despertó en los
consejeros este caso que, a su entender, los 500 millones en los que fue
tazada la reparación no alcanzan para resarcir el daño que sembraron en
la salud y los planes de vida del sargento.
Es por eso que
ordenaron al Ejército presentarle excusas públicas, en acto público de
reconocimiento de responsabilidad que deben liderar los superiores del
soldado.
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