(Fuente, Diario EL TIEMPO)
Foto: Archivo / EL TIEMPO
Las 'mariposas en el estómago' son
la manifestación de neuronas intestinales.El sistema digestivo influye en las sensaciones, la conducta y hasta en el pensamiento.
Las mariposas en el estómago que dicen sentir los enamorados no son una metáfora. De hecho, se ubican en el plano de las sensaciones viscerales y son tan reales como los cólicos o ardores de barriga que, en ocasiones, acompañan los eventos desagradables.
La forma como mente y estómago se relacionan
ha inquietado, desde siempre, a muchos investigadores, al punto que aún
persisten las dudas sobre quién manda a quién en ese binomio.
Desde el papiro de Edwin Smith
(documento médico del año 1550 a. C.), que deja ver que hace 4.000 años
los egipcios domiciliaban los sentimientos en el sistema digestivo,
hasta estudios contemporáneos que han encontrado elementos
funcionales similares y de origen común en el cerebro y las vísceras,
ponen de manifiesto que el asunto de las ‘mariposas’ en el estómago va
más allá del desvarío amoroso.
Cuando el británico John Newport Langley
descubrió, a comienzos del siglo pasado, que el intestino tenía un
sistema nervioso autónomo, seguramente no alcanzó a imaginar que este
sería promovido a la condición de segundo cerebro. Un artículo reciente
de New Scientist asegura que dicho sistema nervioso entérico (SNE) es en
realidad el sistema nervioso original, que se desarrolló con los
primeros vertebrados “hace más de 500 millones de años y que desde
siempre fue responsable de los ‘instintos’ frente a las amenazas
ambientales”.
En la adaptación evolutiva –sugieren los científicos–, cuando
los vertebrados primitivos salieron del lodo, desarrollaron una espina
dorsal y un cerebro en la cabeza, pero el cerebro intestinal no
desapareció; por el contrario, continuó progresando hasta ser
autónomo, hasta tener ‘mente propia’. Sin embargo, la dimensión del
cerebro de la cabeza opacó por años a su ‘homólogo’ intestinal.
Uno de los hechos que más inquietaba a los
fisiólogos es que las funciones digestivas se mantuvieran intactas
después de cortarse la conexión entre el cerebro y los intestinos; por
ejemplo, en los casos en que la médula se secciona y produce
cuadriplejia.
Poco a poco se fue descubriendo que
todo el tubo digestivo –desde el esófago hasta el recto– se encuentra
tapizado por cerca de 100 millones de neuronas y otras células
especializadas que, curiosamente, producen casi los mismos
neurotransmisores que su pariente de la cabeza, lo que le
permite encargarse –sin ayuda– de todas las funciones digestivas y, de
paso, influir fuertemente en las emociones, los sentimientos y hasta en
los procesos cognitivos.
Hoy se sabe, dice el gastroenterólogo William
Otero, profesor de la Universidad Nacional, que neurotransmisores
principales como la serotonina, la dopamina, el glutamato, la
noradrenalina y el óxido nítrico bañan las células intestinales en
cantidades mayores que las que recibe el cerebro.
“Cumplen funciones digestivas. Por ejemplo, la
serotonina –que en el cerebro está relacionada con la calma y el
bienestar– mueve los intestinos e interviene en el procesamiento químico
de los alimentos, pero su verdadero papel hasta ahora se está
investigando. Lo mismo ocurre con las demás”, comenta Otero.
Pero lo que dejó verdaderamente atónitos a los
investigadores fue descubrir que el intestino es una fuente importante
de benzodiazepinas, familia de medicamentos a la que pertenecen el
Valium y el Xanax. “De ahí que no sea desquiciado relacionar el abdomen y
las emociones”, asegura el experto.
Cólicos como de psiquiatra
Durante años, a las personas que padecían de
úlceras o dolor crónico en el abdomen, sin que se les encontrara una
causa específica, fueron diagnosticadas bajo el rótulo de emocionales y enviadas al psiquiatra o al psicólogo para recibir tratamiento.
“Sin duda, los médicos acertaban al relacionar estos problemas con el
cerebro, pero culpaban al equivocado. La evidencia indica que la mayoría
de los desórdenes intestinales, como el síndrome del colon irritable
–que puede afectar al 15 por ciento de la población–, se originan en una
especie de cerebro intestinal”, dice Esther Martí, presidenta de la
Asociación de Afectados de Colon Irritable de Cataluña.
Este supuesto cerebro intestinal fue
presentado formalmente en sociedad en 1999, cuando Michael Gershon, jefe
de Anatomía de la Universidad de Nueva York, definió los parámetros del
sistema nervioso entérico y los consolidó funcionalmente como el
‘segundo cerebro’ en un libro que, si bien en su momento fue polémico,
hoy es un referente obligado en esa disciplina de la que Gershon es el
padre: la neurogastroenterología.
Y el tiempo le dio la razón a Gherson, que en
su momento denunció que el conocimiento del sistema nervioso entérico
estaba en el medioevo. En el 2007, por ejemplo, los ingleses David
Grundy y Michael Schemann descubrieron que las neuronas intestinales, a
diferencia de las del cerebro clásico, se encargan de tareas fijas,
tienen propiedades multifuncionales y, junto con los neurotransmisores
que producen, son responsables de muchos trastornos abdominales de
causas hasta entonces desconocidas. El ‘segundo cerebro’ empezaría,
desde entonces, a gravitar en las explicaciones de muchos síntomas.
A pesar de lo que se ha avanzado,
especialmente en el conocimiento de los neurotransmisores, muchos
médicos siguen pensando que el SNE actúa sólo a nivel abdominal y que su
única tarea es controlar las funciones digestivas. No obstante, se ha
demostrado que estas moléculas pueden actuar en cualquier área del
cuerpo donde existan receptores para ellas, y valga decir que el cerebro
clásico, que fabrica esas mismas sustancias, es el sitio con mayor
concentración de estos receptores.
En ese sentido, es lógico inferir que el segundo cerebro influye de manera definitiva en los pensamientos,
las emociones y la conducta. Hoy se sabe, comenta Otero, que la
serotonina es el principal neurotransmisor que regula las emociones,
seguido de la dopamina, y que el 95 por ciento de la serotonina y el 50
por ciento de la dopamina que circulan por el cuerpo se originan en los
intestinos. “Es imposible desconocer esto a la hora de entender algunos
síntomas y comportamientos”, subraya.
Basta tener en cuenta que las personas con
colon irritable se quejan de problemas como insomnio, fatiga,
agresividad y depresión, y que el estrés se acompaña de diarrea, cólicos
y úlceras, para ver en la práctica la estrecha relación entre emociones
y barriga, que algunos expertos teorizan como la repuesta primaria del
cuerpo a las amenazas externas, sin que medie la cabeza.
Las ‘mariposas en el estómago’ son la
manifestación de neuronas intestinales estimuladas por neurotransmisores
que se liberan en el abdomen por un estímulo externo que, aunque grato,
pone al cuerpo en alerta. Y la diarrea es, a su vez, el resultado de la
serotonina liberada por el estrés, que aumenta la movilidad intestinal y
el dolor.
¿Y las bacterias?
Para completar el panorama, los investigadores
Premysl Bercik y Stephen M. Collins, en un estudio del 2009 publicado
en la revista Gastroenterology, establecieron que las bacterias
intestinales son determinantes de primer orden de algunas funciones del
cerebro, entre ellas la conducta. El asunto, explica William Otero,
coautor del libro Esfera mental y enfermedades digestivas, es que en el
intestino existen cerca de 500 especies de bacterias, que pueden llegar a
constituir hasta dos kilos del peso corporal y que viven en simbiosis
con las células intestinales, con las que comparten moléculas y fabrican
muchas otras que el organismo necesita, algunas de las cuales pueden
actuar sobre el cerebro.
M. L. Hibberd, R. Díaz Heijtz y S. Petersson
fueron más allá y descubrieron que las bacterias intestinales
intervienen en la producción de serotonina y dopamina intestinales, y
por si fuera poco, modulan la forma en que las neuronas se comunican
entre sí (sinopsis), reforzando el concepto de que en el abdomen se
regulan las emociones.
No sabemos con exactitud si las bacterias
regulan los neurotransmisores del ‘segundo cerebro’ o si liberan toxinas
que activan o bloquean sustancias que modifican la conducta, “pero que
influyen en las emociones es algo irrefutable”, recalca Otero.
Sea como sea, queda claro que la comunicación
entre los dos cerebros es una autopista en dos sentidos, con diez veces
más tráfico hacia arriba que hacia abajo. Además, el ‘segundo cerebro’
es la única parte del cuerpo capaz de rechazar una orden que llega de la
cabeza. De ahí que las ‘mariposas’ que usted percibe son ciertamente
sensaciones producidas en el estómago, donde ya sabe que se expresan
muchas emociones, con el perdón del pretencioso cerebro de la cabeza.
Tenemos 2 kilos de bacterias
El microbioma humano está compuesto por cerca
de 2 kilos de bacterias, que a nivel intestinal cumplen funciones
fundamentales para la vida, dice William Otero, gastroenterólogo,
profesor de la Universidad Nacional y coautor del libro ‘La mente y las
enfermedades digestivas’.
Según el especialista, cada día se descubren
más funciones de la simbiosis bacterias-intestinos, lo que exige
preservar las características y la composición de estas bacterias
“amigas”. Es importante saber que un factor perjudicial para las mismas
es el consumo indiscriminado de antibióticos en cualquier edad de la
vida, que atentan no solo contra las bacterias patógenas, sino que
también menguan las bacterias que favorecen el funcionamiento del
organismo.
CARLOS FRANCISCO FERNÁNDEZ
Asesor médico de EL TIEMPO
Asesor médico de EL TIEMPO
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