(Fuente, REViSTA SEMANA)
Un experto en neurología circadiana afirma que llegar más tarde al
colegio y a la oficina podría evitar decenas de enfermedades en millones
de personas.
Hasta hace poco, solo quienes trabajaban en la noche experimentaban las
consecuencias de dormir en horarios truncados, una condición conocida
como desalineación circadiana. Pero hoy la mayoría sufre al menos una
versión leve de ese desfase gracias al aumento de actividades nocturnas,
desde despachar en una noche diez capítulos de una serie hasta chatear.
El efecto se ve al otro día cuando hay que madrugar para cumplir
horarios. Se calcula que una persona se queda corta en diez horas de
sueño cada semana. “Entre los 10 y los 55 años, la gente vive con
déficit de sueño”, aseguró a SEMANA el experto en neurología circadiana
Paul Kelley.
El reloj biológico maestro, ubicado en el hipotálamo, una parte del
cerebro que produce hormonas para controlar funciones corporales, se
enloquece debido a que su tictac se alinea con la exposición a la luz o
la oscuridad. Por eso, cuando el sol se oculta, aumenta la melatonina,
una hormona que prepara al organismo para dormir. Cuando el sol sale, el
nivel de dicha sustancia baja para que el cuerpo se despierte.
La luz artificial trastoca ese ritmo natural porque envía al cerebro la
idea de que el día no ha terminado. La naturaleza deja de gobernar el
reloj maestro del cuerpo, que resulta bajo el dominio de la tecnología.
Esta desincronización produce síntomas parecidos a los que se dan cuando
la gente viaja en avión y cruza husos horarios: problemas estomacales,
insomnio, náuseas, mareo o dolor de cabeza. Por eso se le conoce como
como jet lag social.
La diferencia es que el de los viajeros se recupera en una o dos
semanas, pero el otro es permanente “ya que responde a un estilo de vida
impuesto por factores externos”, dice el neurologo Edgar Osuna, de la
clínica de sueño de la Fundación Santa fe de Bogotá. La idea de
recuperar el sueño en el fin de semana es errada. “Se necesitarían 15
horas adicionales de sueño por noche entre sábado y domingo, lo cual es
imposible”, señala Kelley, de la Universidad de Oxford. Aún más,
levantarse tarde en el fin de semana solo confunde más al reloj maestro
del organismo.
Los más afectados son los adolescentes porque su ritmo circadiano cambia
en la pubertad, cuando su reloj biológico los presiona a estar
despiertos hasta muy tarde, pero al mismo tiempo les exige nueve horas
de sueño, y no siete y media, como la mayoría de adultos. Así, cuando
los padres les piden que vayan a dormir ellos están muy despiertos, y
cuando les dicen que se levanten todavía les faltan horas en brazos de
Morfeo. “Despertarlos a las siete es como pedirle al profesor de 50 años
que se levante a las cuatro y media”, dice Kelley.
Según Andrés Camargo, profesor de cronobiología de la Universidad de
Ciencias Aplicadas y Ambientales (Udca), el cuerpo también se apoya en
señales comportamentales como las actividades sociales y la comida para
decirle al cerebro que produzca el sueño. Por eso, actividades que
parecen inocentes, como trabajar o comer a medianoche, podrían trastocar
ese fino mecanismo de tiempo. Sin embargo, dice Camargo,
“la gente está tan acostumbrada a la luz artificial, que cuando los expertos hablan de lo dañina que puede ser no lo creen”.
Para probarlo, el psicólogo Kenneth Wright, director del Laboratorio de
Cronobiología de la Universidad de Colorado, llevó ocho adultos a
acampar lejos del ruido y las luces. Pero antes midió la exposición a la
luz, el sueño y los movimientos de cada uno para ver cómo estaba su
reloj interno. Después de una semana, el experto observó que los niveles
de melatonina de los participantes se elevaron dos horas antes que en
el ambiente moderno nocturno y bajaron una hora antes de abrir los ojos
en la mañana. En escenarios citadinos la melatonina descendería una hora
después de despertar.
El tema sería una anécdota si no fuera porque cada vez hay más evidencia
de que el sueño es crucial para el bienestar. “Es necesario para el
óptimo funcionamiento del sistema inmune, el equilibrio hormonal, la
salud mental, así como para la memoria y el aprendizaje, y la limpieza
de toxinas del cerebro”, dice el profesor de medicina de Harvard Robert
Stickgold, en un artículo para la revista Scientific American. Los
estudios señalan que el poco tiempo de sueño puede llevar a ganar peso,
hipótesis que, según el profesor, está apoyada por 50 estudios.
No obstante, Stickgold señala que la falta de sueño tiene su mayor
impacto en el cerebro. Un estudio realizado en 2006 mostró que la
privación de sueño en una sola noche provoca que la mente fije más
recuerdos de eventos negativos que positivos, lo que la predispone a un
ánimo depresivo al día siguiente. “En los últimos 25 años muchos
estudios han concluido que el poco sueño puede llevar a depresión severa
y a otros desórdenes mentales”.
El aprendizaje y la memoria también se afectan. Está confirmado que
cuando hay un déficit de sueño, la comunicación, la concentración y el
desempeño cognitivo empeoran. Esto, según Kelley, es especialmente
problemático en los adolescentes, quienes se quedan dormidos en
cualquier parte, sufren cambios en su estado de ánimo y toman más
riesgos cuando están en déficit de sueño. “Sienten la misma privación de
sueño que un médico internista en turnos de 24 horas”, dice. La
creencia general es que los adolescentes son perezosos y deberían
acostarse más temprano para levantarse sin problemas en la madrugada.
“Ahora sabemos que lo que los mantiene en la cama en las mañanas y
despiertos en las noches es su reloj biológico, y no pereza”, añade.
En estudios clínicos se ha establecido que la hora natural de despertar
en un joven de 16 años son las ocho de la mañana y de uno de 18, las
nueve. En consecuencia, las horas de entrada al colegio deberían ser las
diez y las once de la mañana. Pero en el mundo, el inicio de las
actividades sigue siendo antes de las nueve. Por eso, Kelley es un
promotor de que los colegios empiecen sus jornadas más tarde, algo que
se ha hecho de manera experimental en ciertos países y que ha mostrado
un beneficio en términos de salud y aprendizaje. La concentración
aumenta, disminuyen los días de ausencia, mejoran el desempeño en
pruebas de matemáticas y lenguaje y están de mejor genio y ánimo.
“Despertar más tarde y postergar la hora de entrada de colegios y
trabajo lograría ajustar ese reloj a esos tiempos de sueño. Sería un
beneficio para todos”, subraya. Para Osuna, estos madrugones no tienen
sentido. “uno ve a los estudiantes y trabajadores privados de sueño en
las rutas”, dice.
A pesar de que promueve el despertar tarde, Kelley señala que los
adultos y los jóvenes no deberían usar las pantallas en la última hora
antes de dormirse y sincronizar la vida a la del reloj biológico
interno. Para lograrlo, se recomienda pasar las dos últimas horas antes
de dormirse con luz tenue para incentivar la producción de melatonina. A
la hora de acostarse lo ideal es bajar las cortinas, quitar toda fuente
de luz del cuarto, especialmente la de los aparatos electrónicos, y al
levantarse tomar el desayuno frente a una ventana y dejar que los rayos
del sol lo despierten. Si uno duerme lo que toca, dice Kelley, “es un
gana-gana para todos: los padres, los hijos y la sociedad”.
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