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domingo, 27 de septiembre de 2015

Así se reventó la burbuja futbolera

(Fuente, Diario EL ESPECTADOR)

Durante los últimos 40 años la corrupción en el fútbol fue una práctica común, que apenas ahora Estados Unidos se atrevió a investigar. Vender votos para la adjudicación de sedes y contratos enriqueció a muchos dirigentes.

Así se reventó la burbuja futbolera  
AFP


El domingo 9 de junio de 1974 el comité ejecutivo de la Fifa decidió otorgarle a Colombia la sede del Mundial de Fútbol de 1986. Durante seis años, Alfonso Senior Quevedo, el dirigente deportivo más importante de nuestra historia, se había dedicado a hacer lobby y buscar votos entre sus colegas de todo el mundo. Consiguió que los gobiernos de Carlos Lleras Restrepo y Misael Pastrana Borrero prometieran su apoyo al evento y financió la publicación del Libro de Oro, un documento de 32 páginas que les regaló a todos los participantes del Congreso de la FIFA en Frankfurt, en el que se presentaban los detalles de la candidatura y fotografías a color de los principales símbolos del país.

Eran los tiempos en los que un Mundial se conseguía a punta de contactos y amistades. Y ese, el de Colombia 86, al que años después renunciamos, fue posiblemente el último gran evento deportivo que se adjudicó sin pensar en los beneficios económicos que les significarí a los directivos.

Porque dos días después, el martes 11 de junio, todo cambió. El brasileño Joao Havelange superó en la votación al británico sir Stanley Rous, quien aspiraba a la reelección, y fue nombrado presidente de la FIFA, el primero no europeo de la historia.

Apoyado por los países de América y África, el nuevo mandamás convirtió a la rectora del balompié en una de las multinacionales más importantes del planeta, una máquina de hacer dinero y el mejor vehículo publicitario y de poder político.

Aparecieron entonces los grandes patrocinadores y los contratos multianuales, así como los derechos de transmisión por radio y televisión. El fútbol dejó de ser un deporte manejado exclusivamente desde el Viejo Continente, aunque en la cancha ganaban los suramericanos, y comenzó a expandirse y desarrollarse en otras regiones.

Y a medida que crecía la afición en el mundo y las cifras se multiplicaban, también surgían denuncias sobre corrupción y malos manejos.

De eso se habla desde el Mundial de Argentina 1978, cuando la FIFA fue acusada de amañar resultados para que el país anfitrión lograra el título y así limpiar la imagen de la dictadura militar que estaba en el poder.

Havelange y su hombre de confianza, el suizo Joseph Blatter, crearon una compleja red de poder que los catapultó casi al nivel de jefes de Estado. En un par de décadas su prestigio superó el de la mayoría de los mandatarios del planeta y sus ingresos también.

Algo similar ocurrió en el Comité Olímpico Internacional, que empezó a desarrollar su mercadeo y potencializó sus Juegos de Verano de la mano del español Juan Antonio Samaranch y el propio Havelange, quien era miembro de la entidad.

A pesar de múltiples acusaciones en diferentes partes del mundo e incluso de varios procesos judiciales en Brasil, Havelange logró mantenerse en el poder hasta 1998, cuando decidió retirarse y cederle el testigo a su delfín, Blatter.

El suizo se posesionó en medio de un gran escándalo, el de la firma ISL, una empresa de mercadeo de la que FIFA era socia, sindicada de manejar comisiones para mediar en adjudicación de derechos de televisión y sedes de torneos. Pero tal y como ocurrió con su antecesor, el hábil dirigente aprovecho el poder mediático del fútbol para desviar las investigaciones y salir ileso del proceso. Una de sus víctimas fue su antiguo socio, el trinitario Jack Warner, quien “negoció” su renuncia a la FIFA en 2011. Las investigaciones en su contra que el comité de ética adelantaba fueron archivadas a cambio de su silencio.

Los mismos argumentos que utilizaban Blatter y compañía internacionalmente eran los que usaban los directivos colombianos para capotear cada crisis que se presentaba en el país. Aludían que la entidad era un ente privado y que en caso de que la justicia ordinaria la interviniera, la Federación sería excluida de la FIFA.

Pero precisamente sentirse inmunes fue lo que llevó a los dirigentes del fútbol a cavar su propia tumba. En 2010 otorgaron simultáneamente las sedes de los mundiales de 2018 y 2022, a Rusia y Catar, respectivamente. El dinero del petróleo bastó para seducir a los directivos y escoger a dos países que por cuestiones políticas y climáticas no eran convenientes.

Como era de esperarse, en dos de la naciones perdedoras en esa elección, Estados Unidos e Inglaterra, comenzó a destaparse la olla podrida.

Aparecieron en escena el FBI, la Oficina Federal de Investigaciones, y el IRS, el Servicio de Impuestos Internos, que comenzaron a indagar sobre los dineros calientes en el fútbol, un negocio que no manejan los norteamericanos, pero en el que cada vez tienen mayor participación.

La primera captura importante fue la de Chuck Blazer, el secretario de la Confederación de Norte, Centroamérica y el Caribe (Concacaf) entre 1990 y 2011, quien admitió, entre otros cargos, que él y varios miembros del Comité Ejecutivo de la FIFA aceptaron sobornos para votar por Sudáfrica como sede de la Copa Mundo de 2010 y mediaron para adjudicar la cita de Francia 1998. Para las autoridades, esa era la única justificación del elevado nivel de gastos que Blazer, quien vivía en un lujoso apartamento en Nueva York y tenía varias cuentas en paraísos fiscales.

Conocedor como pocos del manejo interno de la FIFA, Blazer negoció una rebaja de penas con las autoridades estadounidenses a cambio de trabajar para recolectar pruebas contra los dirigentes del balompié.

Los resultados de esa labor comenzaron a dar frutos el pasado 27 de mayo, cuando siete altos directivos de FIFA fueron detenidos por la policía suiza, horas antes del inicio de la Asamblea General de la entidad, en Zúrich.

El escándalo no fue suficiente para impedir que Blatter fuera reelegido una vez más como presidente de la FIFA dos días después, aunque la presión política lo obligó a anunciar su renuncia a partir de febrero próximo, cuando se elegirá a su sucesor.

En los últimos meses se produjeron varias capturas más, entre ellas las de empresarios y organizadores de eventos futbolísticos. También se autorizaron las extradiciones a Estados Unidos del uruguayo Eugenio Figueredo y el venezolano Rafael Esquivel, destacados dirigentes de la Confederación Suramericana de Fútbol. Incluso la FIFA destituyó a Jerome Valcke, la mano derecha de Blatter, tras conocerse acusaciones en su contra por la reventa de boletas de los Mundiales de Sudáfrica y Brasil.

Y el viernes las aguas se alborotaron nuevamente, cuando la fiscalía suiza anunció la imputación de cargos a Blatter por un delito penal. Se le acusa de gestión desleal, apropiación indebida de recursos y abuso de confianza.

Uno de los delitos también implica a Michel Platini, el presidente de la UEFA y candidato a la presidencia de la FIFA, quien según los investigadores recibió un “pago desleal” de cerca de millón y medio de dólares por parte de Blatter. Ambos, que participaban en el Congreso de la FIFA en Zúrich, rindieron declaración ante las autoridades, mientras la policía registraba las oficinas del dirigente suizo.

En un comunicado Platini explicó que dicho pago “fue por un trabajo hecho con contrato para la FIFA”, entre 1999 y 2002.

Un nuevo capítulo del llamado Fifagate apenas está comenzando. Y muchos más están por venir, pues la fiscal general de los Estados Unidos, Loretta Lynch, aseguró que “estamos decididos a ir hasta el fondo de todo este asunto, a poner fin a estas malas prácticas, a erradicar la corrupción y a llevar a todos los infractores ante la justicia”. Eso sí, admitió que “será un proceso bastante largo, aunque avanza rápido”. También agregó que su equipo trabaja para reunir pruebas que permitan “poder inculpar a otras personas y organizaciones” de diferentes regiones.

Las irregularidades que por más de 40 años se volvieron regla en el ámbito del fútbol y que fueron un secreto a voces que nadie se atrevió a investigar, por fin se están castigando.

Probablemente más de un dirigente del balompié mundial no ha podido dormir bien en los últimos meses, pero también serán muchos los que celebran que su deporte se esté limpiando.

Mientras se conoce el desenlace del escándalo y se define el futuro de Blatter, la pelota seguirá rodando y una nueva eliminatoria mundialista comenzará para Colombia.

La próxima semana los futbolistas, como debe ser, volverán a ser los protagonistas de la noticia y los aficionados tendrán de nuevo la ilusión de ver a su selección luchando por clasificar a Rusia 2018, un Mundial programado y en marcha, mientras la justicia no diga lo contrario.

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