(Fuente, EL TIEMPO)
Foto: Archivo particular
Son 200 niños y jóvenes afro e indígenas en la orquesta.
La Sinfónica Libre de Quibdó fusiona los ritmos del Pacífico y es una opción frente a la violencia.
Los cuatro hijos de
José Sobricano cantan un alabao chocoano llamado Rechacemos. Y el hombre
se ve conmovido. Este indígena wounaan, desplazado hace 9 años de
Itsmina (Chocó) por oponerse a los cultivos de coca, tararea en un
español de aprendiz: “No sabemos qué persiguen, o por qué sacrificarnos,
o por qué sacrificarnos, al pueblo negro e indígena (...). Ay, dale,
ay, dale”.
Es parte del repertorio que Yomar, Morelis, Harry y Luz Sobricama ensayan cuatro días a la semana en la Orquesta Sinfónica Libre de Quibdó, junto con otros 200 niños y jóvenes.
Caminar más de una hora por trocha
hasta Quibdó y tomar un bus que da la Alcaldía hasta el centro de la
ciudad no es razón para ausentarse de las clases, que incluyen
apoyo psicosocial y la posibilidad de que las etnias sumen sus ritmos al
repertorio sinfónico. Y es que justamente la intención de la Alcaldía
de Quibdó y de la Fundación Batuta, cuando en el 2012 impulsaron la
orquesta, fue elevar la música del Pacífico.
Para ello, cuenta María Claudia Parias,
presidenta de la Fundación Batuta, a la tradición comunitaria, oral, de
saberes de los abuelos, se le dio una estructura formal y se intercambió
con la técnica de la música sinfónica. “Fue una transgresión muy bella y
los resultados en el público, muy emocionantes”, añade, recordando la
noche del 21 de junio pasado, los ovacionaron en el Teatro Mayor Julio
Mario Santo Domingo, de Bogotá.
El repertorio tuvo como piezas sinfónicas La
gran puerta de Kiev, del compositor Modest Mussorgsky, y Gipsy overture,
de Merle Isaac. Pero también hubo temas del folclor chocoano, como Parió la luna, Me voy pa’ Guapi y La María.
Constantino Herrera, coordinador musical de la
orquesta, dice que la incorporación de los tamboritos, el currulao, los
alabaos y la chirimía en una orquesta. Cumple dos funciones: cambiar el
curso de las vidas de más de 200 niños y rescatar el legado que la
música moderna está desplazando.
“Es posible afirmar que los jóvenes son los más vulnerables frente a los grupos armados ilegales”, reza la última alerta de la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (Codhes), sobre Quibdó.
En el 2013, la Personería municipal recibió
entre dos y tres denuncias al mes por reclutamiento ilícito. Aunque,
según la Defensoría del Pueblo, el número es mucho mayor, las familias
de las víctimas temen denunciar. Los niños indígenas y afrodescendientes
son los más afectados, lo que “está llevándolos a una dramática y
acelerada aculturación y desarraigo de sus creencias propias”.
Por eso José Sobricama dice que los niños wounaan encontraron un escudo en la sinfónica. Miguel Mena, contrabajista, dice que la música lo salvó de un desenlace fatal.
Miguel llegó a los 4 años a Quibdó, de La Playita, vereda de Unión
Panamericana. Cuenta que vio crecer y morir a muchos de su ‘gallada’.
“Algunos están en la cárcel; otros, asesinados, y otros nadie sabe
dónde”, relata.
A los 12 años, su destino cambió: “Yo iba
pasando por una calle del barrio Pandeyuca y escuché muchos sonidos en
un segundo piso. Me acerqué, subí y vi a unos niños tocando. El sonido
me jaló, me dijo: ‘ven, acá te necesitamos’ ”.
Era una escuela de iniciación que la Fundación
Batuta tenía en Quibdó desde 1994. “La música ha cambiado la melodía de
mis pasos, anulando todos los momentos amargos de a diario, nos ha
hecho ser personas más gregarias, a expresar, aunque la mayoría tengamos
un pasado de conflicto”, concluye.
Nelly Cáisamo, directora coral de la orquesta,
cuenta que si bien hay niños de todos los estratos y contextos, y la
mayoría han tenido que ver con el desplazamiento y no han recibido
formación musical, todos poseen una riqueza artística innata.
“Con eso empezamos a trabajar desde lo humano,
les hacemos saber que son importantes, que son la razón de este
proceso, y de repente en su cabeza ya hay más cosas que la violencia, y
la música y el progreso se vuelven su centro”, añade.
María Claudia Parias dice que la Sinfónica se
volvió un escenario para la práctica de los derechos culturales
vulnerados y una oportunidad para los jóvenes de no ser víctimas ni
partícipes de la guerra.
Incluso, hay repercusiones a nivel cognitivo.
La directora menciona que las habilidades matemáticas y de lenguaje de
estos chicos se han elevado, y las relaciones con sus familias son mucho
mejores.
“La música se vuelve un bálsamo, un medio de dignificación humana que va más allá de lo artístico”, agrega, muy orgullosa.
MARIANA ESCOBAR ROLDÁN
MEDELLÍN
MEDELLÍN
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