(Fuente, EL TIEMPO)
Foto: Tomada del Facebook de Juan Pablo Montoya
Juan Pablo Montoya, piloto colombiano.
Pasó siete años sin grandes resultados en la Nascar. Va por su segundo título en la IndyCar.
La pregunta que ahora
todo el mundo se hace con justas inquietudes es tan elemental como
profunda.
¿Por qué Montoya pudo ganar en todas las categorías en que ha
corrido, de la F1 para abajo, y en Nascar pasó siete años con apenas dos
victorias y no pudo vencer en los óvalos donde se le considera un
maestro cuando maneja monoplazas?
Hay muchas formas de interpretar ese bache en
su carrera deportiva, que no fue cualquier cosa. Arrancó 255 veces al
mando de esos voluminosos carros de Nascar, dio nada menos que ¡72.532
vueltas!, punteó 1234 de estas, apuntó 9 poles, 2 victorias en pistas de
ruta, llegó 25 veces entre los cinco primeros y 59 en los diez, se
retiró en 28 ocasiones y tuvo un célebre y tenebroso accidente contra
un camión-turbina que limpiaba la pista de Daytona 500 en 2012.
Como se ve, no fue propiamente por falta de
oportunidades. Mucho menos de habilidades pues manejar los Indycars es
mucho más complejo que los sedanes y apenas se montó en sus nuevos
carros, los resultados empezaron a fluir como siempre. Y, además, en el
intermedio de la Nascar se ganó tres veces las 24 Horas de Daytona.
Luego, el disco duro no había perdido información, aunque sí la debió
actualizar al regresar a los Indycars.
Varias veces he discutido con él el asunto de
Nascar y siempre me ha puesto esta explicación: “los carros de Nascar
son tan pesados y rústicos que poco obedecen al trato fino del timón”.
Por lo tanto el pilotaje se oculta o no es tan decisivo como la táctica,
el juego en el pelotón, las “amistades” dentro del mismo y la calidad
de su equipo.
Dicho en otras palabras, a puro timón, en
Nascar es muy complicado hacer la diferencia pues las carreras se juegan
más con la inercia de las dos toneladas que pesa el aparato girando en
una pista centrífuga, que con el trazo preciso de un monoplaza donde se
dibuja la calidad de un piloto.
Montoya entró solo una vez al “chase” o
finales del torneo y tuvo varias oportunidades de ganar una carrera pero
hubo errores del equipo que frustraron sus diferencias en momentos
claves. Y ahí viene una de las explicaciones: Chip Ganassi y Félix
Sabates no tienen en Nascar un equipo técnico que sepa las argucias y
trucos de esas competencias ni tampoco entregaba una máquina que fuera
del mismo comportamiento de las que usualmente ganan porque las
victorias son bastantes rotatorias entre pocos en la categoría. O sea,
pocos técnicos saben la parte final del asunto y esos no estaban en el
equipo de JPM, por el cual pasaron muchos directores y hasta
propietarios cuando se fusionó con la escuadra de la viuda de Dale
Earnhardt. La plata no siempre es suficiente o, a veces, como pudo ser
el caso del soporte de Montoya, ya no había genios para contratar.
Tesis que se puede revertir de inmediato si se
recuerda que el compañero de equipo de JPM, Jamie McMurray se ganó con
fierros del mismo taller de Ganassi las 500 de Daytona 2010 – carrera
reina del torneo- saliendo de la “pole”. Pero al mismo tiempo, este
resultado muestra la falta de consistencia en la puesta a punto de los
vehículos y la volatilidad de las opciones pues ese compañero de JPM
sigue dando vueltas con esos carros y nunca volvió a ganar.
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Juan Pablo Montoya. (AFP).
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Esto nos lleva a decir, sin pretensiones (los
resultados posteriores lo confirman) que Montoya en Nascar nunca tuvo el
material para ganar y cuando estuvieron bien puestos en la pista, les
pasaron por delante a sus estrategas las oportunidades sin concretarlas.
También de manera personal, he pensado y
puesto por escrito que a Nascar, como organización, la presencia de
Montoya, latino, diferente, ex Fórmula 1, aguerrido y respetado, le
servía enormemente como logotipo de su campeonato. Pero otra cosa
sucedía en la pista, claramente en los óvalos, donde algunas partes del
asunto se organizan con los vecinos y desde la azotea de los “spotters” y
en múltiples ocasiones uno lee y oye las palabras de los ganadores en
las cuales agradecen “el empujón clave” que le dio otro carro para ganar
la carrera. Ese espaldarazo no fue evidente en los casos en que
pudieron definir cosas a favor de JPM y es visible que, andando en un
grupo de carros, puede más la gavilla del pelotón que el ritmo
individual de un carro solitario, salvo que este sea infinitamente
superior. Caso en el cual, casi siempre suelen aparecer milagrosas
banderas amarillas que relanzan la carrera y desbaratan las ventajas.
Montoya no ganó en Nascar porque nunca tuvo el
carro de punta de manera constante para pelear resultados y era usual
ver que los técnicos no lograban darle los ajustes para las 500 millas y
al final de las jornadas estaba sin caballos para meter las narices,
tema en el cual no es ningún tímido. Recuerden el final de las pasadas
500 de Indianápolis cuando usó hasta el pasto para pasar a la punta, a
320 kilómetros por hora.
Afortunadamente, antes y más allá del
resultado de hoy, su regreso a los Indycars ha demostrado que el mismo
JPM está al volante con ventajas: ahora tiene mucha más experiencia y la
sabe aplicar, además de estar –como corresponde a so estatura
deportiva- en el equipo ganador. También, esa experiencia se ha
traducido en prudencia y estas en puntos como se vio el domingo pasado
cuando prefirió llegar tercero antes que explorar un sobrepaso sobre el
temido y temerario japonés Takuma Sato.
Por lo tanto, Montoya tenemos para otro buen rato.
JOSÉ CLOPATOFSKY
Director de Motor
Director de Motor
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