(Fuente, Diario EL ESPECTADOR)
El piloto colombiano fue sexto en Sonoma y perdió "por un pelito" el título ante el neozelandés Scott Dixon.
Menos de un segundo. Eso fue lo que le faltó a Juan Pablo Montoya para lograr un nuevo título en la IndyCar, tal y como lo había hecho en 1999, en el óvalo de Fontana. En esa oportunidad, también en un final dramático, igualó en puntos con el escocés Darío Franchitti, pero el mayor número de triunfos del bogotano desequilibró la balanza a su favor (siete frente a tres).
Sin embargo, en el circuito de Sonoma la moneda cambió de cara y la misma condición jugó en su contra, pues pese a haber sumado el mismo número de puntos que Scott Dixon, las dos victorias alcanzadas, una de ellas lograda con maestría en las 500 Millas de Indianápolis, se quedaron cortas frente a las tres del piloto del Chip Ganassi Racing.
Desilusión, claro que sí, porque en esta oportunidad todo estaba a su favor, aunque el hecho de que, por reglamento, la última competencia del campeonato entregara doble puntaje, era motivo de máxima precaución. Y en su momento la hubo, por lo que el título y la posibilidad de repetir aquella tarde de octubre 31 de 1999, en la que cruzó la línea de meta en cuarta posición y el escocés Darío Franchitti en el décimo lugar, parecía posible. Pero no fue así, y no se dio simplemente porque su compañero en el equipo Penske, Will Power, terminó por convertirse en su máximo rival y en el encargado de cambiar de color una historia que, infortunadamente para Juan Pablo Montoya, no tuvo un final feliz.
En el 99 Montoya llegó a la última carrera en el segundo lugar de la clasificación general y el favoritismo era para Franchitti, pero ayer era todo lo contrario, pues el colombiano, desde la primera válida, había asumido el liderato y a lo largo del campeonato mostró una gran madurez, incluso realizando una de las mejores carreras de su vida en Indianápolis, en donde dejó en claro por qué es considerado uno de los mejores pilotos del mundo.
Sin embargo, el automovilismo, deporte rudo de por sí, a veces no les da espacio a los errores y el equipo Penske, que a lo largo del año había mostrado una superioridad sobre su gran rival, el Chip Ganassi, falló en el momento justo. En cambio, la escudería del exjefe del colombiano funcionó como un relojito, como debía ser.
Queda entonces para la historia que en la temporada 2015 de la IndyCar un toque sencillo, inexplicable si se quiere, en el que Will Power golpeó a Juan Pablo Montoya, obligó a un cambio de alerón delantero del carro del bogotano, y tuvo como consecuencia lógica la pérdida de algunos segundos, los cuales resultaron definitivos en los intereses del colombiano, pues luego de haber transitado con tranquilidad en los primeros cinco lugares, se reportó a la pista para afrontar los últimos 30 giros en la posición 23, momento desde el cual vivió su propio drama y pese a haberse jugado entero no pudo alcanzar la quinta posición, que de haberla conseguido, le hubiera entregado la llave del título.
La definición de la IndyCar, hay que decirlo, tuvo un desenlace inesperado, pues se hablaba más de un duelo de Montoya con Graham Rahal, quien era el segundo de la general, pero en silencio, Scott Dixon pescó en río revuelto y de esa forma celebró su cuarto título de la serie.
Montoya, en cambio, cuando está muy cerca de cumplir los 40 años, su cabeza deja ver un buen número de canas y su cuerpo ha ganado unos kilos de más, tuvo que conformarse con la segunda posición, que resulta dolorosa, porque con el paso de los años y como los buenos vinos, el colombiano conserva su talento.
Además, le queda la tristeza de ver cómo el título se le escapó de sus manos y la frustración de no haber podido celebrar al frente de sus hijos, Sebastián, Paula y Manuela, que para él se han convertido en su razón de ser...
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