(Fuente, Diario EL TIEMPO)
oto: Archivo particular
La Catedral Basílica Metropolitana
de Nuestra Señora de la Asunción es una de las más importantes
Quienes visitan la capital del Cauca se encuentran con un lugar que conquista todos los sentidos.
En Popayán no es
difícil enamorarse de la belleza de sus calles. Con más de 250.000
habitantes, esta población es una de las ciudades designadas por la
Unesco como la ‘Ciudad de la Gastronomía’ por su
variedad de sus platos y no es una coincidencia; a la llegada a la
ciudad nos reciben con dos de sus platos típicos: carantantas y unas
deliciosas empanadas de pipián.
Sus habitantes, que no tienen un acento tan marcado como los de otras ciudades del país, aman a su ciudad. Su cortesía con los turistas hace más agradable la visita.
Caminar por el centro de la capital del
Cauca es regresar al tiempo de la colonia, donde las casas ocupaban
cuadras completas y sus techos altos las hacían ver imponentes.
En Popayán, las construcciones de grandes puertas y blancas paredes
invitan a caminar por calles que hoy combinan lo tradicional y lo
moderno.
El plan obligado es ir a las iglesias
que rodean el parque del centro. Son majestuosas y han sido testigos de
historias, contadas por dos hombres y una mujer, que han marcado a los
payaneses, como la del terremoto de 1983 que destruyó gran parte de las
edificaciones.
Son Manuel ‘el cochero’, Antonia ‘la chichera’ y José María Espinosa quienes nos adentran en la ciudad, mientras la noche nos recibe con una suave brisa y un clima ideal para caminar despacio.
Manuel es uno de los integrantes del 'Rutas de
leyenda' que buscan contar a los turistas la historia de Popayán de una
manera divertida.
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Batallas e historias de amor y engaño
hacen parte del recorrido. Pasar por el puente del Humilladero hace
revivir la historia de cuando los ricos tenían el derecho de cruzarlo,
mientras que los campesinos y menos favorecidos tenían prohibido
siquiera pisarlo y debían pasar por debajo. La historia hace más interesante a Popayán.
Además de los recorridos y el disfrute de su gastronomía, hay otras alternativas a tan solo media hora de la ciudad.
Uno de los planes más conocidos es la visita a los termales de Coconuco, allí se puede disfrutar de unas piscinas a las que se puede acceder durante todo el día pagando 7.000 pesos.
Otro de los planes preferidos de los
turistas es el de la visita a ‘Las Ardillas’, aventura en la naturaleza.
Un lugar donde los visitantes podrán practicar canopy en seis tramos diferentes
y podrán ver la majestuosa naturaleza que ofrece el lugar. El vértigo
es el protagonista de este parque, en el que también se ofrece la
posibilidad de escalar a unos 40 metros de altura.
Esta es uno de los tramos, de los seis, que ofrece el lugar.
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Regresar a la ciudad para probar un
almuerzo típico y luego hacer una caminata por el centro puede ser la
manera de pasar un día perfecto en la ciudad blanca de Colombia.
Silvia, un municipio lleno de diversidad cultural
A una distancia de 59 kilómetros de la ciudad de Popayán se ubica Silvia, un municipio con más de 30.000 habitantes
que se caracteriza por la amabilidad de sus pobladores, las bellas
fachadas y por la variedad de resguardos indígenas que alberga.
Al entrar al municipio nos recibe un ‘Bienvenido’ tallado en piedras y acompañado de cuatro rostros que representan las diferentes razas que allí habitan.
La obra, realizada por Lisandro Otero, comenzó como una iniciativa de
este último para que quienes llegaran a Silvia reconocieran que estarían
en un lugar con población misak, nasa, campesina y mestiza.
Llegar a Silvia es encontrarse con un
lugar lleno de paisajes, montañas y mucho color verde. Cuando se llega
al centro del municipio, se siente la tranquilidad de presenciar cómo la
diversidad cultural convive en perfecta armonía.
En el parque central lo primero que
llama la atención es la iglesia principal, uno de los mayores
distintivos de la población. En su interior se conserva el altar de la
antigua iglesia demolida en 1.950 para la construcción actual, que está consagrada a la Virgen de Chiquinquirá.
Los rostros de quienes frecuentan la
plaza principal describen la diversidad de Silvia. Mientras que los
campesinos realizan sus compras para el almuerzo, otros miembros de la
etnia de los misak se sientan tranquilos a charlar. Nuestra presencia
parece no importarles, pues este municipio es uno de los más visitados
del país por su diversidad étnica.
“Desde hace cuatro años la cantidad de turistas en el Cauca ha aumentado de 4.000 a 7.000.
En festividades como Semana Santa es común ver más extranjeros. Pero el
resto del año, muchos turistas del país son los que visitan el
departamento y el municipio de Silvia”, afirma Jaime Burbano,
coordinador departamental de la Secretaría de Turismo del Cauca.
Dentro de la cultura misak
A unos diez o quince minutos del centro de Silvia se puede encontrar el Resguardo Indígena de Guambía, allí está establecida la etnia misak o guambianos, uno de los más grandes grupos indígenas en Colombia.
Al llegar se ven a lo lejos las
majestuosas montañas que se alzan en medio de la fría brisa que hace
presencia siempre en el lugar. Lo primero que nos encontramos es una
pequeña construcción de color blanco en la que sobresale el nombre ‘Laboratorio de plantas medicinales’, luego se observa a un grupo de mujeres, niños y bebés que están sentados en el pasto, al lado de otra pequeña casa.
Todos los jueves varias madres se reúnen en
este lugar con sus bebés e hijos para realizar dibujos, manualidades e
interactuar con ellos.
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Los misak son una cultura que considera la naturaleza como espíritu de vida. Los jueves se reúnen
para realizar actividades entre madres e hijos. Un espacio es destinado
para mostrar lo que hacen, mientras que otro lugar es reservado para
una pequeña cocina.
Los guambianos son uno de los
pueblos indígenas más organizados de Colombia y gracias a esto luchan
con decisión por mantener su legado y trascendencia étnica.
En el lugar la comunidad lo tiene todo:
colegios, universidades, cementerios y sus hogares. Quienes se forman en
la educación de los misak deben mantener las tradiciones de su pueblo.
Los estudios van desde veterinaria hasta conservación de la cultura.
Al colegio ubicado en este resguardo asisten
más de 892 estudiantes. En total la institución tiene, en Colombia, 12
sedes con 1.500 alumnos. Todos asisten con el vestuario típico de los
Misak.
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Para sostenerse se dedican a la
ganadería, el cultivo y hasta al reciclaje. Además son reconocidos por
implementar en el negocio de la trucha la posibilidad de comer este
pescado procesado como salchichas y salchichones, que acompañados de
avena o de una buena copa de changuar, una bebida hecha con panela, anís
y frutas naturales, se transforma en la combinación completa para
hacerles frente a las frías tardes del lugar.
Según el taita, líder y papá del grupo,
los misak son unos de los pocos grupos indígenas que luchan para
mantener vivo el legado de sus antepasados. Desde la ropa, que aún mantienen, hasta su lengua, desean preservar su cultura para las futuras generaciones.
Una de las costumbres de las madres Misak es
mantener a sus bebés en una 'cuna' hecha por ellas mismas. El tipo de
mecedora es realizada con un costal y unas cuerdas que se cuelgan en
palos cercanos a la casa.
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CAROL ANDREA RESTREPO A.
ELTIEMPO.COM
*Con invitación de FONTUR
ELTIEMPO.COM
*Con invitación de FONTUR
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